Sergio Isabel Ludeña | Centro de Estudios sobre el Toledo Islámico
A pesar de que una parte del patrimonio cultural posee un carácter monumental, en ocasiones son las piezas muebles, de menores dimensiones, las que nos aportan más información para comprender la vida y las mentalidades de las sociedades del pasado. En el caso de Castilla-La Mancha, el Museo de Santa Cruz, de Toledo, junto a sus filiales, como el Taller del Moro, cumple las funciones de museo arqueológico provincial y alberga numerosos objetos del pasado andalusí y sus continuidades islámicas. Son estos elementos, trasladados fuera de sus lugares originales y custodiados en los museos, los que nos permitirán aproximarnos a diferentes aspectos de la sociedad medieval toledana.
Introducción
Durante los meses de octubre, noviembre y diciembre, el Centro de Estudios sobre el Toledo Islámico (Fundación de Cultura Islámica) ha impulsado la realización de una serie de visitas gratuitas para que los ciudadanos puedan aproximarse a diferentes temáticas sobre Tulaytula, el Toledo andalusí. Como coordinador científico del centro ―y arqueólogo―, me pareció una oportunidad excelente para proponer en la programación un recorrido por las colecciones islámicas depositadas en el Museo de Santa Cruz y en uno de sus filiales, el Taller del Moro.
El recorrido histórico del Museo de Santa Cruz, que cumple las funciones de museo provincial de arqueología y de bellas artes, es extenso[1]. Fue creado como Museo Provincial de Toledo a mediados del siglo XIX, trasladado por varios espacios de la ciudad (el convento de San Pedro Mártir, el monasterio de San Juan de los Reyes, el palacio de la Diputación de Toledo y, finalmente, el hospital de Santa Cruz) y progresivamente ampliado en espacio mediante varios filiales (el Taller del Moro y el Museo Ruiz de Luna, 1963; la Casa-Museo Dulcinea del Toboso, 1967; el Museo de los Concilios y la Cultura Visigoda y el Palacio-Museo de Fuensalida[2], 1971; y el Museo de Arte Contemporáneo de Toledo[3], 1975). Las ya ricas colecciones iniciales, procedentes de obras de arte de conventos desamortizados y el Gabinete de Antigüedades del cardenal Lorenzana, entre otras fuentes, fueron creciendo ―aunque con pérdidas puntuales, fruto de cesiones, préstamos y traslados a otros museos― con las piezas arqueológicas que se fueron encontrando en Toledo y su provincia (Caballero Klink y Gómez García, 2017). Los fondos vinculados con yacimientos han aumentado especialmente en las últimas décadas, desde que la legislación española estableciera que los materiales hallados en las intervenciones arqueológicas han de depositarse en los museos arqueológicos provinciales.
Entre las colecciones del museo destacan múltiples piezas que se han categorizado en ocasiones como «mudéjares» o «arte mudéjar».
Estas circunstancias indican que el museo atesora una enorme cantidad de piezas arqueológicas con una cronología que abarca desde la prehistoria hasta el presente. No obstante, actualmente no es posible contemplar nada más que una ínfima parte de estos fondos debido a que la exposición permanente ―la dedicada a arqueología― se encuentra desmontada. Esto, como consecuencia, impide que los ciudadanos puedan conocer, de una forma tan extraordinaria, la historia de la ciudad de Toledo y su provincia. Solo unos pocos elementos arqueológicos se mantienen fuera de los almacenes, en el patio noble y el denominado «Espacio Mudéjar» en el hospital de Santa Cruz y en alguna de las otras sedes (como el Taller del Moro o el Museo de los Concilios y de la Cultura Visigoda). A pesar de esto, la intención tanto de la visita guiada como de este artículo es demostrar, simplemente con una pequeña selección de materiales, las posibilidades que ofrecería a la sociedad el recuperar la exposición permanente de arqueología.
Breves notas históricas: del final del califato de Córdoba a la conquista cristiana de Toledo
En las primeras décadas del siglo XI el califato de Córdoba sufrió un desmoronamiento de su estructura como causa de una profunda crisis política[4], conocida como la segunda fitna, y al-Ándalus quedó fragmentado en más de treinta unidades políticas diferentes: las taifas. Durante prácticamente el resto del siglo XI, estos estados andalusíes iban a sufrir una notable inestabilidad política. No obstante, en el campo cultural se vivió una época de esplendor, en el que destacó un desarrollo notable de las ciencias y las artes (Martos Quesada, 2009: 149).
Una de las taifas más importantes y de mayor extensión fue la de Toledo, que tuvo su cabecera en dicha ciudad. Sus antecedentes se pueden encontrar en una de las demarcaciones territoriales y administrativas existentes en al-Ándalus durante el emirato y el califato, la Marca Media, que se extendía en torno a los valles medios de los ríos Tajo y Guadiana. En el periodo comprendido desde 1010 hasta en torno a 1030 parece que la urbe y su territorio circundante fueron gobernados por un consejo de notables, cuyos integrantes pertenecían a las elites municipales[5]. Es bastante probable la debilidad de este gobierno, ya que Toledo nunca acuñó moneda durante estos años y, además, la inestabilidad política y administrativa debió conducir a su final. De este modo, tras una serie de luchas internas, los toledanos ofrecieron el poder a ‘Abd al-Raḥmān bin Di-l-Nun, señor de Santaver, en cuyas manos debía mantenerse una importante fuerza militar, propia de los linajes fronterizos (Viguera Molins, 1999: 55-56). Es en este momento cuando esta dinastía entra en contacto con Tulaytula, cuya taifa va a encabezar hasta el año 1085, en el que se produjo la conquista cristiana por Alfonso VI.
Los Banu Di-l-Nun eran una familia de origen amazigh, de la tribu Hawwara, pero que habían llegado a la península ibérica con Tariq b. Ziyad. No obstante, su nombre originario de Zennun fue cambiado por el árabe Di-l-Nun con el fin de establecer una vinculación con linajes importantes yemeníes y ennoblecerse (Izquierdo Benito, 2018: 417). Sus antepasados se habían asentado en la cora de Santaver, donde con el paso del tiempo el linaje fue cobrando fuerza. Durante el periodo califal ya daban muestras de su vitalidad controlando Huélamo, Uclés y Huete. Durante la segunda fitna, los Banu Di-l-Nun dieron pasos para aumentar sus dominios haciéndose con Cuenca. Más tarde, tras el ofrecimiento de los toledanos, ‘Abd al-Raḥmān bin Di-l-Nun, el cabeza de la familia, envió a su hijo Isma’il para regirles (Viguera Molins, 1999: 57).
Tres fueron los reyes de este linaje que ocuparon el trono de la taifa: Isma’il bin Di-l-Nun «al-Zafir» (c. 1030-1043), Yaḥya ibn Isma’il «al-Ma’mun» (1043-1075) y Yaḥya ibn Isma’il ibn Yaḥya «al-Qadir» (1075-1085). El primero aseguró los cimientos del reino y la dinastía, el segundo consolidó la obra de su padre y bajo su gobierno se alcanzó la cima cultural, científica ―sobre todo en la astronomía y la botánica (Calvo Capilla, 2011: 69-73)― y política entre las taifas ―consiguiendo hacerse incluso con Valencia y Córdoba―. El tercero, en cambio, nieto del segundo, no logró superar la inestabilidad de su tiempo y decidió llegar a un acuerdo con Alfonso VI. Este último aseguró a al-Qadir la taifa de Valencia a cambio de la entrega de Toledo. El 25 de mayo, tras unos meses de asedio y unas capitulaciones con condiciones favorables para sus habitantes, Alfonso VI entró en Toledo y al-Qadir recibía Valencia, donde sería asesinado en 1092 (Delgado Valero, 1987: 43-45). Terminaba así la taifa y daba comienzo el dominio cristiano sobre la ciudad, con su incorporación a Castilla, no sin dificultades en sus primeros tiempos por la conflictividad con almorávides y almohades.
Tulaytula a través de su legado material: un resumen de las piezas islámicas visitables en el Museo de Santa Cruz
El Museo de Santa Cruz atesora en sus colecciones múltiples piezas que nos ayudan a comprender algunos aspectos sobre la taifa de Toledo y su sociedad. En lo que se refiere a las obras de promoción áulica, vinculadas con la dinastía de los Banu Di-l-Nun, se cuenta con dos brocales de pozo procedentes de mezquitas y varios elementos decorativos arquitectónicos ―como el panel de las aves afrontadas, capiteles y basas― originarios de complejos palatinos. Asimismo, sobre el mundo funerario los fondos de la institución contienen un número elevado de inscripciones en árabe ubicadas en ladrillos, lápidas y cipos relacionados con áreas cementeriales. Sin embargo, la mayor parte se encuentra en los almacenes y solo son visibles un epitafio y cuatro de estas columnas funerarias (en el patio noble del hospital de Santa Cruz).
Por otro lado, entre las colecciones del museo destacan múltiples piezas que se han categorizado en ocasiones como «mudéjares» o «arte mudéjar»[6]. A pesar de ser habitual escuchar sobre dicho estilo artístico, este se encuentra debatido por los especialistas en nuestros días. Entre los que han desacreditado el uso de «arte mudéjar», quiero destacar especialmente a Juan Carlos Ruiz Souza, que ya hace varios años argumentó que la larga pervivencia y expansión de las formas andalusíes fue resultado de una coexistencia cultural en muchos contextos del mundo medieval hispano[7]. De hecho, las decoraciones y formas islámicas estuvieron cargadas de simbolismo y fueron fruto de admiración entre los cristianos de ese tiempo, que no dudaron en emplear en sus proyectos los modos y las decoraciones andalusíes. Es por ello por lo que muchas de estas perduraciones de la cultura islámica ―en los espacios bajo dominio cristiano― requieren de una relectura.
Varias piezas de los fondos del Museo de Santa Cruz nos dan la posibilidad, justamente, de apreciar estas continuidades del mundo andalusí tras la conquista cristiana de Toledo en 1085. Un número elevado de ellas se sitúa en el almacén visitable «Espacio Mudéjar» (en el hospital de Santa Cruz) y en el Taller del Moro. Sobresalen una pila bautismal ―de la iglesia de toledana de El Salvador― y unos brocales de pozo cerámicos y diversas tinajas.
Los brocales de pozo como ejemplo paradigmático de la cultura andalusí y sus pervivencias en Toledo
Debido a la extensión que tendría abordar todos los elementos mencionados con anterioridad, este artículo se centra en un único tipo de pieza, el brocal de pozo, que nos permite hacer un extenso recorrido cronológico siguiendo el ámbito andalusí toledano y sus continuidades tras la conquista cristiana de la ciudad en 1085.
Los dos brocales de pozo más antiguos conservados ―ambos de sección cilíndrica― son originarios de mezquitas y se pueden contemplar actualmente en el patio noble del hospital de Santa Cruz. Estos pretiles ―que evitan la caída accidental al interior de un pozo o cisterna y facilitan la extracción del agua a mano― contaron con un amplio desarrollo y expansión en al-Ándalus. Dependiendo de sus materiales, desde la piedra hasta la cerámica, fueron piezas de mayor o menor riqueza y prestigio. Fue habitual aprovechar el cuerpo de estos elementos para ubicar inscripciones. En un inicio dejados en un segundo plano en los estudios frente a la arquitectura monumental, desde finales del siglo XIX fueron sobre todo arabistas quienes comenzaron a interesarse por este tipo de elementos (especialmente por ser soporte de epigrafía árabe)[8].
En el caso de los brocales de pozo tenemos la suerte de conservar testimonios de las continuidades de la cultura islámica en Toledo tras la conquista cristiana.
El de mayores dimensiones ―y antigüedad― nos ofrece hoy importantes datos sobre el primero de los reyes de la dinastía, Isma’il bin Di-l-Nun al-Zafir. Se trata de una pieza ―77 cm de altura, 75 cm de diámetro y 9 cm de grosor― realizada en mármol blanco y con una inscripción en cúfico florido acanalado en dos bandas. El epígrafe conmemora la construcción de un aljibe en la mezquita aljama de Toledo, patrocinada por el monarca ―al que se presenta con el laqab[9] pseudocalifal al-Zafir, el Triunfador, y el título honorífico Dū-l-Ri’āsatayn, El de los Dos Principados―, en el mes de yumada I del año 423 (15 de abril a 14 de mayo de 1032)[10].
La pieza, aunque en un inicio estuvo ubicada en la mezquita aljama de la ciudad ―precisamente, durante las excavaciones arqueológicas desarrolladas en el claustro de la catedral, ubicada en el espacio de la antigua mezquita, se documentaron aljibes de la aljama[11]―, se hallaba en el convento de San Pedro Mártir cuando en el siglo XIX se comenzó a mostrar interés por ella y fue examinada por Sixto Ramón Parro y Martín Gamero. Por azares del destino el brocal se salvó de la destrucción de epígrafes árabes de 1572 ejecutada en Toledo por Gutiérrez Tello y fue finalmente donada al museo en 1872 gracias al arquitecto Mariano López Sánchez de la Comisión Provincial de Monumentos. La belleza de este elemento llamó la atención de varios viajeros en su paso por Toledo ―desde el s. XIX―, que lo dibujaron y reprodujeron en diversos soportes (como estampas).
Más allá de la riqueza de la piedra empleada ―erosionada en la parte superior por la repetida utilización de cuerdas para extraer el agua del aljibe― y la calidad de la inscripción y sus decoraciones vegetales, este brocal es la prueba de que el gobierno del rey no se inició en las fechas que indican diversas fuentes escritas conservadas, 1035 o 1036 (Viguera, 1999: 57), sino, por lo menos, en 1032. Se convierte así en el primer testimonio del gobierno de al-Zafir en Tulaytula.
Por otro lado, tanto el potente protocolo adoptado por el monarca ―que entronca con referencias únicamente empleadas en tiempos del califato y en relación con el califa― como el lugar de la obra pública ejecutada ―nada menos que la mezquita principal de la ciudad― son indicios de una muestra de poder y fortaleza por parte de al-Zafir. El mensaje del rey, que no había nacido ni crecido en Toledo ―por lo que tuvo que ser un desconocido al principio para sus súbditos―, era absolutamente propagandístico y por eso se dispuso estratégicamente en la mezquita aljama, donde se congregaba la población en la oración de los viernes. Precisamente sería de los aljibes situados en el patio (sahn) de donde los toledanos habrían obtenido el agua para llevar a cabo las abluciones. De este modo, se tuvieron que encontrar con, al menos, uno de ellos patrocinado por el monarca ―y el brocal de pozo con la inscripción conmemorativa―. Al-Zafir estaba haciéndose presente en el corazón de Tulaytula entregando al pueblo un recurso tan necesario y simbólico como el agua.
Estas peculiaridades de la obra, desde mi perspectiva, podrían desestimar las propuestas de algunos investigadores de que el monarca tuvo únicamente una función política secundaria y quedó bajo la influencia de miembros de las élites locales (Izquierdo Benito, 2018: 417) y apoyar a otros especialistas que han señalado que contó con un papel más destacado, que se reflejó en una intensa actividad política y militar durante su gobierno (Delgado Valero, 1987: 39).
El segundo de los brocales ―67 cm de altura, 60 cm de diámetro y 8 cm de grosor; también de mármol blanco y con una inscripción conmemorativa[12] realizada en una banda de cúfico florido acanalado―, fechado por la inscripción en 1037 o 1038, informa de otra obra impulsada por al-Zafir. El texto[13] no especifica la construcción concreta, aunque se puede suponer que fue otro aljibe o pozo, ni tampoco su ubicación. Esto ha llevado a algunos a proponer que proceda igualmente de la mezquita aljama (Jorge de Aragoneses, 1958: 92-93), mientras que otros apuntan que, al no mencionarse la mezquita principal de la ciudad, podría haber sido ejecutada la obra en una secundaria (Gómez Ayllón, 2006: 141). Si se pudiera confirmar esta última hipótesis, nos estaría indicando que la presencia y la propaganda del rey fue más allá de la aljama y alcanzó a otros barrios de la urbe.
La pieza igualmente se salvó de la destrucción de epígrafes árabes de 1572 en Toledo. En 1873 fue localizada por el arquitecto Mariano López Sánchez en el patio del convento de Madre de Dios de Toledo, donde estaba reutilizada en posición invertida y en uso, y al año siguiente se trasladó al museo. De la misma forma que en el anterior, la parte superior está afectada por la erosión producida por la extracción de agua e, incluso, una de sus partes se ha fracturado y perdido.
En el caso de los brocales de pozo tenemos la suerte de conservar testimonios de las continuidades de la cultura islámica en Toledo tras la conquista cristiana. En el almacén visitable «Espacio Mudéjar» se pueden contemplar tres brocales cerámicos ―uno de sección cilíndrica y dos de cuerpo octogonal― y un cuarto ―cilíndrico― se expone entre las piezas del Taller del Moro. Todos ellos están fechados entre los siglos XIV y XV, lo que es un indicio de que las formas andalusíes se mantuvieron en la ciudad durante un periodo muy prolongado. Los lugares donde estuvieron ubicados estos pretiles fueron los patios o los jardines de palacios, como el de Fuensalida, o de casas principales, como las de calles como San Ildefonso, Cuesta del Can o Instituto[14].
La utilización de las piezas, unido a la menor solidez de sus materiales, ha provocado la pérdida de algunos de sus bordes o de sus bases. Con todo, todavía es posible apreciar tanto los motivos decorativos andalusíes[15] (vegetales, geométricos y epigráficos ―en árabe―) que se dispusieron ―incisos, tallados o estampillados― sobre unas cerámicas ejecutadas con técnicas islámicas, entre las que se incluyen los esmaltes (blancos) y vidriados (verdes) que tienden a cubrir su cara exterior. Las inscripciones en cúfico repiten textos en búsqueda de bendición o protección: «la dicha es para Dios», «el poder es para Dios, la gloria es de Dios, ventura y prosperidad», «el poder es para Dios, gracias sean dadas a Dios» o «la prosperidad». Estos elementos y técnicas se dieron igualmente entre los alfareros de la Granada nazarí, de la que son contemporáneos. De hecho, ciertas piezas, como la de la calle Instituto, han sido clasificadas en los estudios como influenciadas por las formas granadinas.
Conclusiones
El patrimonio islámico, por mucha oposición que algunos quieran hacer sobre ello, nos habla de la coexistencia cultural en el medievo hispano. Esta idea se reafirma cuando se aprecia la pervivencia de las decoraciones y las técnicas andalusíes en ciudades como Toledo, conquistada por los cristianos en 1085, durante varios siglos. Solo puede entenderse porque existió una admiración y un gusto por una cultura compartida que se caracterizaba por lo islámico, independientemente de las religiones profesadas por estas personas.
El legado material que albergan nuestros museos, como el de Santa Cruz, permite romper con los discursos de odio y de extranjerización que se han ejercido sobre parte de lo que hoy es el patrimonio cultural español. Es por lo que la necesidad de recuperación de exposiciones permanentes como la de arqueología de esta institución toledana se vuelven tan cruciales: nos dan herramientas y argumentos con los que generar nuevas narrativas que se aproximen de manera más precisa a las realidades históricas de las sociedades del pasado.
Debemos reflexionar sobre la importancia de los vestigios islámicos y, concretamente, de los que son soporte de textos árabes en Toledo. En 1898, tras varios descubrimientos de inscripciones funerarias, entre ellas un cipo, Rodrigo Amador de los Ríos escribió en el Boletín de la Sociedad Española de Excursiones:
«No sería difícil, si el afán de renovación continúa en la imperial ciudad, y el acaso continúa por su parte devolviendo monumentos litológicos de esta condición, que pudiera con el tiempo constituirse en Toledo un Museo de epigrafía arábigo-toledana, siendo muy de sentir cuando se verifican descubrimientos como el actual y el de 1887, no haya nadie que evite la destrucción inmediata de las cajas sepulcrales, ni que se apresure a levantar minucioso plano, con el cual, y el conocimiento de las tumbas, podría formarse juicio de las costumbres funerarias de los toledanos, y el desarrollo adquirido en diversas épocas por la población muslime de la famosa Tolaitola, que tan alta representación alcanza allí durante los azarosos tiempos medios, a consecuencia de la varia condición étnica y social de sus habitantes».
Todavía nos queda pendiente tanto la existencia de un museo de historia de la ciudad, en el que puedan recorrerse las diferentes épocas sucedidas en Toledo, como una exposición permanente o un museo únicamente dedicado a la cultura islámica de Tulaytula y sus continuidades. Ojalá pudiéramos recuperar la idea de Amador de los Ríos sobre un museo dedicado a esta última temática.
Bibliografía
ALMAGRO-GORBEA, Martín (2011): Excavaciones en el claustro de la catedral de Toledo, Real Academia de la Historia, Madrid.
AMADOR DE LOS RÍOS, Rodrigo (1898): «Epigrafía arábiga. Inscripción sepulcral de un cipo, recientemente hallado en Toledo», Boletín de la Sociedad Española de Excursiones, 22-23.
JORGE ARAGONESES, Manuel (1958): Guías de los Museos de España VIII. El Museo Arqueológico de Toledo, Dirección General de Bellas Artes, Madrid.
CABALLERO KLINK, Alfonso y GÓMEZ GARCÍA, Laura María (2017): «El Museo de Santa Cruz de Toledo», Boletín del Museo Arqueológico Nacional, 35, 947-964.
CALVO CAPILLA, Susana (2011): «El arte de los reinos de taifas: tradición y ruptura», Anales de Historia del Arte, vol. extra (2): Alfonso VI y el arte de su época, 60-92.
DELGADO VALERO, Clara (1987): Toledo islámico: ciudad, arte e historia, Caja de Ahorros de Toledo, Toledo.
GÓMEZ AYLLÓN, Elisa Encarnación (2006): Inscripciones árabes de Toledo: época islámica, tesis doctoral, Universidad Complutense de Madrid, Madrid.
IZQUIERDO BENITO, Ricardo (2018): «Toledo y su taifa», Tawa’if: historia y arqueología de los reinos de taifas, Alhulia, Salobreña, 83-124.
MANZANO MORENO, Eduardo (2006): «Desmoronamiento y continuidad», Conquistadores, emires y califas. Los omeyas y la formación de al-Ándalus, Barcelona, Crítica, 471-503.
MARTOS QUESADA, Juan (2009): «Los reinos de taifas en el siglo XI», Historia de España medieval: Al-Ándalus, Itsmo, Madrid, 147-272.
RUIZ SOUZA, Juan Carlos (2016): «Los estilos nacionales y sus discursos identitarios: el denominado estilo mudéjar», en Álvaro Molina Martín (coord.), La Historia del Arte en España: devenir, discursos y propuestas, Polifemo, Madrid, 197-216.
SHAWKY SAYED, Zeinab (2016): Brocales de pozos y aljibes andalusíes y mudéjares, tesis doctoral, Universidad Complutense de Madrid, Madrid.
VIGUERA MOLINS, María Jesús (1994): «Reinos de taifas. Historia política», Historia de España de Menéndez Pidal, tomo VIII, Espasa-Calpe, Madrid.
— (1999): «La taifa de Toledo», Entre el Califato y la taifa. Mil años del Cristo de la Luz, Asociación de Amigos del Toledo Islámico, Toledo, 53-65.
Notas
[1] Si se desea tener más información sobre el desarrollo histórico del Museo de Santa Cruz y sus colecciones, véase Caballero Klink y Gómez García, 2017.
[2] Este filial desapareció años después, tras darse nuevos usos al edificio.
[3] Este museo permanece cerrado desde el año 2000.
[4] Para conocer este proceso en detalle, puede verse, por ejemplo, Manzano Moreno, 2006: 471-503.
[5] Para más detalles sobre este periodo de gobierno y sus integrantes, véase Viguera, 1999: 53-56. Si interesa más información que la que se presenta aquí sobre los reinos de taifas, es recomendable Viguera, 1994.
[6] De hecho, una sala recientemente abierta al público en el hospital de Santa Cruz es un almacén visitable que tiene la denominación de «Espacio Mudéjar».
[7] Un artículo muy completo para comprender la creación del término «arte mudéjar», su desarrollo y sus problemáticas es Ruiz Souza, 2016.
[8] Sobre brocales de pozos y aljibes en al-Ándalus se realizó hace unos pocos años una tesis doctoral en la Universidad Complutense de Madrid, en la que se recogen y estudian varias centenas de ellos: Shawky Sayed, 2016.
[9] En árabe, un sobrenombre que forma habitualmente parte de los nombres de los personajes de importancia.
[10] Para más detalles sobre la transcripción del texto en árabe, su traducción y otros aspectos sobre esta inscripción conmemorativa, véase Gómez Ayllón, 2006: 117-124.
[11] Una información extensa sobre la realización de estas excavaciones arqueológicas y sus resultados se pueden consultar en Almagro-Gorbea, 2011.
[12] En la que se repite la titulatura del rey mencionada en el primer brocal.
[13] Para más detalles sobre la transcripción del texto en árabe, su traducción y otros aspectos sobre esta inscripción conmemorativa, véase Gómez Ayllón, 2006: 137-141.
[14] Las cuatro piezas son recogidas y estudiadas en la tesis doctoral de Shawky Sayed mencionada previamente.
[15] Incluso la hamsa o mano de Fátima.